13 marzo 2021

Miedo


 Erase una vez un Miedo, un miedo latente, oculto, un miedo desapercibido. Se escondía de todo para que su persona no lo encontrara. Se escondía en enfado porque... ¡No se hacían las cosas como debían hacerse! Se escondía en la tristeza cada vez que una separación se acercaba, se escondía em la vergüenza cada vez que una ilusión nueva aparecía. Incluso se escondía en la soledad frente a las multitudes o en el rechazo de actitudes ajenas.
¡Y era bueno escondiéndose! Condenadamente bueno, tanto que pasaron muchos años hasta que su persona se dio cuenta de que estaba ahí.

Y te preguntarás... ¿Cómo pasó? y ¿Cómo puede alguien tener un miedo sin sentirlo cuando el miedo es tan potente que nos paraliza, nos vuelve agresivos o nos impulsa a huir?


Pues fue por una frase inocente, dicha desde el amor...

"Arriba valiente! que eres muy valiente, tú no tienes miedo de nada".


Y el amor con que se dijo hizo a la joven persona querer más de ese amor. Y decidió creer la frase, hacerla parte de su identidad, y empezó a intentar anular sus miedos.

El Miedo al principio se resistía, al fin y al cabo estaba ahí para proteger, para cuidar de su pequeño ser humano. Pero temió desaparecer, ya que temer era su naturaleza. Se empezó a esconder detrás de otras emociones para poder seguir existiendo. Poco a poco se fue acostumbrando a esa nueva manera de expresarse y Miedo mismo dejó de querer salir. Porque descubrió que así... ¡Tenía más poder!

Ya no era un miedo concreto y definido ante una amenaza real, era abstracto y escurridizo. Podía tomar forma en cualquier momento sin tener que esperar a una causa para poder existir. Y con esa nueva forma del miedo, a la persona le llegó la ansiedad, ese vacío en el estómago que necesita ser llenado porque duele, la rigidez de los músculos, esa sensación de angustia intangible que abruma pero que parece no venir de ninguna parte. Esa visión que se torna borrosa y esa mente que se cierra y hace más difícil comprender lo que se escucha o sucede. Y todo eso junto o por separado venía en cada emoción que afloraba intensificando cualquier percepción.

El miedo creció ... y ...

Y como os digo pasaron los años. Esa persona se hizo adulta, estudió, trabajó,  fue madre....

Bueno, fue madre y ahí cambió la cosa.

Porque de pronto vio su Miedo en la cara de la criatura que acunaba en sus brazos. Y con ese precioso espejo vivo, que reflejaba hasta el sol de mediodía. cada rincón de la persona quedó iluminado y el miedo ya no pudo esconderse más.

Si, volvió a ser consciente de sus miedos. Vio y sintió el miedo en todas las formas posibles y todos los tiempos posibles condensados por el ser que más amaba. Miedo a la muerte (ajena y propia), miedo a hacer daño y recibirlo, miedo a no ser amada y a no saber amar, miedo a si misma, miedo a la enfermedad y, sobre todo, vio y sintió todos y cada uno de los miedos que su retoño sentía.

Durante una temporada pareció que el miedo lo llenara todo, todo,...  fue abrumador. Pero poco a poco, a medida que cada miedo fue visto y reconocido, las emociones se colocaron cada una en su lugar. Miedo se había visto expuesto y menguado, perdido... y decidió hacer una tregua. Porque Miedo tuvo miedo nuevamente de desaparecer. Pactó con su persona que a partir de ese día dejaría de esconderse, irían de la mano y volvería a su antiguo oficio de cuidar de la persona. Persona por su lado se comprometió a escuchar a Miedo siempre. Y así la ansiedad pasó a ser solo un recuerdo y las emociones se sintieron más dulcemente, cada una en su justa medida e intensidad.

Abrazados vivieron y viven hasta la fecha, quizás más plenamente.


Dana Lluna

Publicado en Facebook el 13/03/2021